La gente lo comenta, en la larga cola para entrar a la Sala Copérnico. ¿Cuál es la diferencia entre ocas y gansos? Nadie parece encontrar una respuesta convincente al dilema. La sala está a rebosar, eso sí, y el ambiente se caldea entre gritos de Llibertat presos polítics y Queremos ir a misa, que serán una constante durante toda la noche. La calle está inquieta, y se nota.
Ante un despliegue espectacular de luces y, sobre todo, de sombras, aparecen los gansos (u ocas) con calcetines desiguales y ropa de colegiales. Posan brevemente a su manera característica antes de arrancar la fiesta con fuerza con “Serem Ocells”. La segunda, “Bancals” (¿Haremos la revolución, o qué?), ya muy coreada “A la merda tot, a la merda tot.“ vaticina lo que está a punto de suceder: Se va todo a la mierda. Un fallo eléctrico echa abajo luces, sonido, auriculares in-ear de la banda, y hasta el sol hinchable del decorado. No decae el ánimo, sin embargo, Josep (voz principal) mantiene vivo el show improvisando con el ukelele una canción de Rosalía.
Solventados los problemas técnicos, se suceden temas, como “Jhon Brown” (era un petit indi i ara és una balena), a un ritmo más pausado, o “Sta Guai”, canción de contrastes con una pequeña coreografía previa, una de mis favoritas de la noche. Concierto variado, y público muy entregado. Castells entre los asistentes hasta el techo de la sala (que tampoco es tan alto), bailes, coros. Triunfan los vientos metales en “In the night”, y el buen humor en “Sexy” (Eh, sandonguera), una de las más divertidas. Momento multitudinario de camisetas al aire en “Passos importants”. Esto se termina.
Reverencia sincronizada para encarar el último bloque de la noche. Se ha hecho corto. Llega el final con unos temas fantásticos, dedicados a un mundo muy feo lleno de gente muy bonita, y fue lo mejor de la noche: “Torno a ser jo”, mi preferida, con una instrumentación preciosa y pegadiza, y “Deixa”, primavera, vuelve a nosotros, por favor. Oques Grasses, lo más alegre que ha venido de Barcelona a Madrid desde la jornada laboral de ocho horas.
Texto: J. Prade
Fotografías A. Makeda