Críticas de Discos

[Crónicas de Conciertos] Paul McCartney en Madrid (02/06/16)

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Pasan diez minutos de las 21.30 horas. El día: jueves 2 de junio de 2016. El lugar: Estadio Vicente Calderón de Madrid. El evento: fundamental, imperdible; el primer concierto de Paul McCartney en España 12 años después de su última visita. El ex-Beatle más prolífico y con una carrera en solitario más interesante y variada, que va desde la osadía de montar una nueva banda tras la separación de los Fab Four (Wings) hasta sus escarceos con la música electrónica (McCartney II o su trabajo discográfico con The Fireman), o la composición de bellos álbumes de música clásica (Liverpool Oratorio). Un nombre y un apellido mayúsculos que llegan para hacer Historia, en un campo de fútbol repleto de amantes de la música de cualquier edad (de 0 a 99, como los juguetes navideños de MB).

Dejan de sonar los clásicos de McCartney y The Beatles por megafonía, que desde antes de las 20.30 aumentaban el nerviosismo en la platea, gracias a remezclas de sus éxitos y rarezas, en lugar de los prometidos teloneros anunciados en las entradas. Pese a ello, aquí lo importante está por llegar.

Se apagan las luces del recinto, se ilumina potentemente el escenario, y ahí están McCartney y los componentes de su banda, mientras miles de almas gritan y los teléfonos móviles empiezan a grabar y sacar fotos. Los iPhones de 64 Gigas nunca hicieron más falta.

Macca, con un gesto de su mano, da a entender que aquello está al rojo vivo. Y cuando suenan los primeros acordes de ese clásico imperecedero titulado A hard day’s night, no caben dudas. La platea se percata de que no van a faltar los éxitos de The Beatles en el repertorio, los más cantados y bailados de la jornada. No es para menos, ya que hablamos de un grupo musical que cambió la música tal y como la conocemos, en apenas diez años de Historia, con conflictos, experimentación, drogas, y sobre todo, docenas de canciones que forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones, y esperemos que unas cuantas más.

La canción que continuó la fiesta, junto a unos chascarrillos del abuelito Paul en un correcto español (“¿qué pasa, troncos?”), pertenece a su último y muy interesante disco, NEW, donde su variedad de productores le dan un sonido fresco, potente y rockero a un señor de más de 70 años de edad. Save us demostró que el músico británico aún tiene mucho que decir y cantar, aunque el respetable no mostró el mismo entusiasmo que con las canciones beatle.

Tras volver a animar con el exitazo Can’t buy me love, la banda se permitió rebuscar en el baúl sin fondo que conforman las miles de canciones de McCartney en su etapa post-Beatle: Letting go, de su grupo Wings, Temporary secretary (del adelantado a su tiempo y electrónico McCartney II) y Let me roll’it (también de Wings), conformaron un tridente que sirvió como ejemplo de que McCartney es mucho más que un Beatle del montón.

La rockera y country I’ve got a feeling, del mítico álbum Let it be, hizo que el cantante abandonara su bajo con forma de bello violín de madera por primera vez, antes de sentarse al piano, uno de los instrumentos que tocó durante la mágica noche, junto al ukele o la guitarra. La primera sesión a las teclas incluyó temas románticos (My Valentine; Here, there and everywhere), funkies (Nineteen hundred and eighty-five) e interpretaciones vocales vigorosas (Maybe I’m amazed), que denotó que la voz del bajista ya no es la de antes, pero esas cicatrices en las cuerdas vocales otorgan un halo distinto a canciones que compuso un chavalín, ahora convertido en un músico que ha sobrevivido a décadas de arte, críticas, fallecimientos en su entorno, chistes faciales y leyendas urbanas sobre ese tipo que suplantó al auténtico Paul McCartney tras fallecer en un accidente de tráfico a mediados de los 60.

El de Liverpool volvió a ponerse de pie para interpretar el clásico Beatle We can work it out, seguido por el primer tema que compusieron, cuando aún no eran los escarabajos del ritmo, sino The Quarrymen; In spite of all the danger conserva esa frescura de esa lejana época recubierta en luz de nostalgia, aunque sonaría mejor sin los artificios sobre el escenario actuales, con las voces jóvenes y los instrumentos sin afinar del todo.

El Calderón estuvo a punto de caerse, más que en la final de Champions, con la selección de temas siguiente, todos firmados por la dupla Lennon/McCartney, quizá la mejor pareja compositora de la música pop/rock: You won’t see me, Love me do, And I love her y Blackbird, cantados con poco acompañamiento eléctrico de la banda, a excepción de la segunda pieza, y con Macca, líder absoluto, subido a una tarima que se había elevado desde el escenario en cuestión de segundos. Porque los temas fueron importantísimos para el show, pero también los efectos visuales, las imágenes de fondo (un recorrido visual, junto al sonoro, por la Historia de este ancianito adorable), las pantallas que permitieron conectar con todo lo vivido sobre el escenario y un sonido bastante nítido, aunque en ocasiones perdía fuerza ante la grandeza del lugar.

Here today fue el colofón, guitarra acústica en mano, de este repaso más melancólico y unplugged, amén de una bella canción dedicada a su excompañero de fatigas y pentagramas John Lennon, escrita poco tiempo después del fallecimiento de éste y perteneciente a ese maravilloso trabajo llamado Tug of war, de lo mejorcito del pop que dieron los añorados años 80.

La coreable y rockera Queenie eye, y la simpática New, ambas pertenecientes al último trabajo de McCartney, continuaron prendiendo la mecha, antes de dar paso a un recorrido por la discografía de los cuatro de Liverpool, donde sonaron temas bien populares como The fool on the hill, Lady Madonna, Eleanor Rigby, Being for the Benefit of Mr. Kite! (una de las extravagancias de la noche, incluida en esa oda al rock psicodélico de título Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, que dejó buena vibraciones alrededor), Something (cantada como un sentido homenaje, primero solamente con el ukelele y después junto a todo el grupo al completo, a George Harrison, el Beatle tímido y fallecido trágicamente en 2001 a consecuencia de un cáncer de pulmón), y la divertida y pachanguera Ob-La-Di, Ob-La-Da, que todo el mundo bailó cual verbena con tinto de verano en mano.

Esta selección sólo se vio interrumpida por FourFiveSeconds, una de sus más recientes creaciones, cantada al alimón junto a Rihanna y Kanye West. Y es que el británico siempre se ha sabido reinventar y tocar todos los palos, como demuestran sus colaboraciones en el pasado con Michael Jackson, Stevie Wonder, Eric Stewart o Elvis Costello. No fue el mejor momento o el más emotivo de la noche, pero los más jóvenes del lugar disfrutaron el detalle.

Llevamos casi dos horas de concierto y el final no se atisba en el horizonte, cuando comienzan a sonar las estupendas guitarras de la ópera rock Band on the run, del disco homónimo de su banda de los años 70 Wings, uno de los mejores trabajos realizados por un ex Beatle y un claro referente para el posterior Bohemian Rhapsody de Queen. Unos minutos después, también en honor de Wings, los fuegos artificiales hicieron acto de presencia con el temazo Live and let die, una de las mejores canciones perpetradas para una película del espía más famoso del cine, James Bond: tres canciones en una que, a los espectadores de la primera fila, dejaron con buen caloret faller, debido a las ráfagas de fuego salientes del escenario en los puntos álgidos del tema.

Y por supuesto, antes de los bises no podían faltar Let it be y la cantable Hey Jude, donde los mecheros se quedaron sin gas en la platea. Desde la parte superior del estadio, el mosaico de cámaras y mechas era tremendo. McCartney sabe darle a su público lo que demanda.

Ahora sí, la conclusión se olía, a través de la guitarra acústica de Yesterday, la canción más versionada de la Historia, aunque en opinión del que esto escribe, tampoco es la panacea.

Hi, hi, hi de Wings siguió la estela, esta vez con más rock y electricidad, gracias a una composición que en su momento fue vetada por la BBC, debido a su clara alusión al consumo de drogas y su efecto posterior (high, high, high). Fácil de pillar, ya que hay que recordar que el cantante fue detenido en dos ocasiones en la década de los 70, por posesión de cannabis en Japón, justo antes de realizar sendas giras de conciertos.

En este caso, el concierto se seguía realizando como mandan los cánones, y un golpe anímico, pasadas las dos horas y media de concierto, vino con la rápida Birthday, perteneciente al exquisito Álbum blanco, dedicada a todas aquellas efemérides del pasado 2 de junio. Acto seguido, una pareja subió al escenario para darse el sí quiero ante su futura boda. Un bonito detalle de Sir Paul McCartney, que no deja de ser una mera anécdota (supongo que no para los novios, claro), que viene realizando en las distintas actuaciones de su última gira, conocida como One on One Tour, por la íntima y estrecha relación establecida entre el artista y los fans en cada show. Pero no sólo de la voz vive la música, y es que las canciones no tendrían la misma relevancia y garra sin la banda que viene acompañando al bajista en los últimos años: Paul Wix Wickens (teclados), Brian Ray (bajo, guitarra), Rusty Anderson (guitarra) y Abe Laboriel Jr. (batería), estupendos artífices del buen sonido rock que se desprende desde las tablas, y que lo hacen más accesible y moderno.

Y como el triste desenlace de Los Beatles, el final del recital llegó con el medley que concluye el álbum Abbey Road, compuesto por Golden Slumbers, Carry that weight y The End, que terminó con los vítores y aplausos de todo el público, la afonía de un servidor y la sana impresión de que, si hubiera tocado dos horas más, seguiría siendo disfrutable y Macca no se resentiría en absoluto, aunque es obvio que su voz no es la de antaño.

Si hay que ponerle un pero a la actuación, es quizá la falta de más canciones de su etapa en Wings y en solitario, repleta de buenos discos y temazos que funcionarían a las mil maravillas en directo. Pero después de 2 horas y 45 minutos de concierto, quejarse no es óbice. Sólo queda disfrutar con el recuerdo y cruzar los dedos para una penúltima visita a España.

Texto: Mario Parra